TEXTOS – Antón Castro

De la naturaleza del tiempo, de la transparencia de lo bello.
© Antón Castro
Como una isla en el marco estético español del último cuarto de siglo, tan apegado, durante muchos años, a la idea de géneros diferenciados, Paloma Navares no sólo había roto con esa definición, sino que había incentivado -frente a los lenguajes tan coyunturales con que la mayoría de los artistas de nuestro país leyeron la atmósfera postmoderna- un proyecto donde aquéllos se diluían en una obra que aspiraba a la totalidad en términos lingüísticos y conceptuales. Se explicaba así un proceso de dilución de géneros en el que el espacio escenográfico y una peculiar anamorfosis incidían en una poética de acontecimientos y de profética resistencia donde lo escultórico y lo pictórico podían intuirse desde la utilización del objeto o de la fotografía, la videoinstalación o la videoproyección e incluso desde la acción del performer, a fin de implicar a la vida como suceso artístico, trazando un eje entre la naturaleza y el cuerpo.
Sin embargo esto no excluía dos dimensiones esenciales -como identidad reveladora- en su obra: la poesía y la transparencia, reforzando, al lado de los significantes lingüísticos renovadores, los significados que, como pretendiera Susan Sontag podrían ser los valores más liberadores del arte. Liberación de la transparencia, atravesada por la mirada kantiana de una autorreferencia formal de la belleza que puede esconderse en la palabra de sus admiraciones ideales, encontradas en los poemas y textos de de Sylvia Plath, Virginia Wolf, Anne Sexton, Alejandra Pizarnik, Emily Dickenson o Paul Celan y Cesare Pavese, entre muchos más nutrientes literarios. Transparencia de la belleza que traspasa los viejos mitos de la memoria y una melancolía escindida en el “je est un autre” rimbaudiano para reforzar lo que la citada Sontag decía debía ser función de la crítica, mostrando “cómo es lo qué es” y no lo “qué significa”[1]. Hermenéutica que se transcribe en el alto valor simbólico de unos materiales que delimitan su obra desde la fragilidad, ligada tantas veces al idealismo romántico que permite que percibamos, en sus tropos lingüísticos, la vida como un paisaje y éste como un estado del alma. El vidrio, el metacrilato, el celofán, los ligeros útiles de pesca, los pequeños frascos domésticos y los mismos textos no son más que prolongaciones de la naturaleza y del cuerpo, fragmentos, a veces, de un ritual panteísta que se presienten como instrumentos para fijar el tiempo o para repensarlo en cada uno de los gestos del gran poemario que es Del alma herida y un ideal de transformación implícito en la luz que ilumina cada obra tanto como el camino que la artista nos propone. Un camino sinuoso y serpenteante, que nace del deseo, semejante al que nos proponía en su método, María Zambrano, en los límites del naufragio que nos lleva la vida.
Por ello recorrer sus series, que construyen ese gran fresco conceptual que dialoga con la arquitectura y ritualiza a la naturaleza, siempre presente en sus imágenes y metonimias, a través del agua, las flores, los cantos rodados, la playa, los eriales o el mar, el viento de los viejos laquistas románticos y sus objetos hacen explícita la paradoja de la extensión de un sujeto que podría ser el paseante de Friedrich alcanzando la dimensión del Océano y, de nuevo, la luz distante que retrata aquel tiempo como fondo de la memoria, de los sueños, del pensamiento y, en suma, de la vida que alimenta el presente de continuos pasados y así la explica con energía, tal como sucede en el The Waste Land de Eliot.
Pero buscar la belleza, ese pecaminoso deseo esencial que debe reflejar siempre el arte, y que hoy defienden críticos tan combativos contra los prejuicios heredados de la periferia de los sesenta, como Dave Hickey, en su The Invisible Dragon[2], es un objetivo importante en el gran poemario de Paloma Navares, una belleza que renueva su singular modo de entender, en términos poéticos, su lenguaje y sus conceptos. Y aquélla logra que entendamos el instante congelado en cada brote de la naturaleza que buscaba Schelling: el arte como esencia del aquel instante lo rescata del tiempo, hace que aparezca en su puro ser, en la eternidad de su vivir[3].
Y así he podido percibir los gestos leves e infraleves de sus palabras y apuntes, palabras cautivas, cunas de agua y casas de cristal, cantos rodados y viajes a la memoria, sus eriales en flor y sus corazones heridos, sus buganvillas fucsia y sus flor de pensamiento, sus atardeceres y sus amaneceres y sus homenajes silenciosos a tantos escritores y escritoras.
Con su trabajo, y desde posiciones siempre renovadoras, Paloma Navares ha definido y define una de las poéticas más personales e interesantes del paisaje artístico español de los últimos veinticinco años.
[1] .-Contra la interpretación. Edit. Alfaguara. Madrid, 1996, p. 39
[2] .- Four Essays on Beauty. Art Issues Press. Los Ángeles, 1993)
[3] .-La relación del arte con la naturaleza. Edit. Sarpe. Madrid, 1985, p. 72