TEXTOS – Margarita Aizpuru

La zona entre los límites.
© Margarita Aizpuru

Paloma Navares (Burgos, 1947) es una artista visual multidisciplinar y multidireccional de una amplísima trayectoria creativa tanto nacional como internacional. Siendo los territorios que explora habitualmente en sus obras artísticas, el objetual, el ámbito de la imagen fija y en movimiento, sometida a diversos sistemas de trabajo en los que se incluye los procesos digitales, y las instalaciones, cada vez más multimedias, en las que tienen protagonismo la imagen, el sonido, junto a la luz y el espacio. A ello habría que añadir diversas incursiones realizadas en el mundo de la performance y en el de la escenografía para coreografías y espectáculos de danza que en los últimos años está trasladando al ámbito del vídeo y de las instalaciones.

 

Un trabajo plural de intereses discursivos y estéticos que avanzan y progresan con el transcurso del tiempo, pero que obedecen a unos planteamientos globales comunes que preocupan y ocupan a la artista de forma continua, y que en los últimos años han ido concretándose aún más en torno a los límites, muchas veces difusos y absolutamente frágiles, de una serie de relaciones binarias que parten de la continua dualidad del ser humano. Una dualidad que se expande y concreta en múltiples dualidades entre las que nos desenvolvemos en nuestra existencia: el sentirse hombre o mujer, la actividad física y la mental, lo material y lo espiritual, la enfermedad y la salud, lo natural y lo artificial, la memoria y la imaginación, la realidad y la ficción, la razón y la locura, o la vida y la muerte. Todas ellas teñidas con un tono, que siempre la ha incentivado, de carácter psicológico, y en concreto psicoanalítico. Y dentro, también, de la libertad que P. Navares entiende que tenemos los seres humanos para optar por cualquiera de los extremos o lados de estas relaciones binarias, una libertad que como ella misma dice es «una libertad para elegir, para soñar, para amar, para vivir, o para morir», y que compone un absoluto convencimiento del cual se deriva tanto su vida como su propio trabajo. Una libertad que incluye las decisiones sobre la propia vida y el propio cuerpo, y que le ha llevado, por un lado, a posicionarse, como muchos de nosotros, positivamente en torno al reconocimiento de la eutanasia, y, por otro, al desarrollo de algunos de sus últimos trabajos, entre los cuales se encuentran los dedicados a una serie de conocidos poetas suicidas.

 

La artista va más allá del mundo racional, traspasando el límite de la lógica para adentrarse, y adentrarnos, en otras zonas del pensamiento, de las emociones, y de las relaciones entre ambos. Ella tiene una gran facilidad para poder ir, e introducirnos, al otro lado de la realidad, o de lo que nos es presentado habitualmente como tal, abriendo el campo de posibilidades, transportándonos a otros territorios espacio-temporales iluminados bajo nuevas ópticas en las que están presentes tanto ingredientes de la experiencia vivida, como elementos de la memoria, retazos de sueños, gotas de deseo, grandes dosis de imaginación, fragmentos de estado de ánimo, y trozos de convicciones y dudas.

 

P. Navares asume un gran grado de implicación personal en el desarrollo de sus trabajos creativos, hacia los que es movida partiendo de su propia experiencia, tanto mental como física. Una experiencia que se dilata, se expande y se generaliza, y que tiende, en su desarrollo discursivo, a «sustituir la realidad física por el mundo de la mente», como ella misma dirá. Sustitución, y muchas veces mezcolanza, que proviene de largos periodos de convalecencia post-operatoria de sus ojos, en los cuales la luz, los colores, y las imágenes fijas, en las que obligatoriamente debe depositar su mirada, se confrontan al movimiento, fluidez y difuminación de significados unívocos de las imágenes que provienen de la memoria y de la imaginación. Realidad y ficción amalgamadas en unas enigmáticas, misteriosas, poetizadas y seductoras imágenes, fijas o en movimiento, objetos, instalaciones, y ambientes, que componen un trabajo que se desenvuelve como un recorrido por los límites de las dualidades humanas.

 

La exposición que ahora presentamos en el Museo Municipal de Málaga, Stand by se incardina dentro de los ámbitos enunciados. En ella se integran una serie de trabajos de la artista, agrupados en varias áreas conceptuales y sensitivas que, unidas por el mismo hilo conductor ya mencionado, y que supone un paseo por esos límites de las dualidades humanas, presentan sus propias peculiaridades, construyendo un contundente, vibrante e intenso paseo estético, emocional y discursivo.

 

Unas áreas que podemos agrupar, de forma enunciativa, de la siguiente forma:

 

1. Un conjunto de obras que parten de su experiencia personal en torno a la visión, literalmente del sentido de la vista y de su pérdida, con todas las implicaciones que ello conlleva. Puesto que P. Navares sufre desde hace muchos años una enfermedad ocular que le ha hecho someterse a múltiples operaciones quirúrgicas, en diversas partes del mundo y en diferentes hospitales, sufriendo dolorosos y largos periodos de convalecencia, teniendo pérdidas importantes de visión en ciertas épocas. Ello la ha llevado a desarrollar, durante años, unos trabajos relacionadas con los ojos, con las cánulas quirúrgicas, con los utensilios hospitalarios, y con las fragmentaciones corporales, muchas veces de forma ambigua y otras más explícita, aunque siempre guardando ese territorio de ambigüedades y de misterio que ofrecen múltiples lecturas. Algo que podemos observar de forma específica en esta muestra, en diferentes tipos de trabajos.

 

Así una serie de piezas en las que los ojos son los elementos iconográficos protagónicos, y en las que su pequeño formato no disminuye en absoluto la fuerza de su presencia, la eficacia de su discurso, y su intensidad estética. Algo que podemos percibir en algunas de las situadas en el hall del Museo, como Neceser, una cajita de metacrilato sobre peana que encierra un bolso de plástico transparente que nos permite ver su interior treinta y tres saleros de cristal, conteniendo otros tantos ojos así exhibidos, aprisionados en esos reducidos espacios, guardados en esos pequeños recipientes que, por un lado nos remiten a la clasificación, catalogación, y conservación hospitalaria de órganos humanos, bien para su estudio y experimentación, bien para su posterior transplante, y, por otro, a un universo doméstico del que hace uso la artista en numerosas ocasiones. Notas que, en general, también podemos observar en Recuerdo de un verano, que a veces denomina Luz láser, sólo que en esta ocasión los ojos no se encuentran encerrados en pequeños recipientes, sino depositados en una bandeja de cristal sobre una peana de la que emerge desde su interior una intensa luz que invade misteriosamente la obra. Una luz que nos hace ver como los ojos se encuentran atravesados por unos imperdibles que, en este caso, connotan esa idea clasificatoria, pero también nos remiten a la sensación de herida, de aguja que los atraviesa, de operación. Herida que provoca dolor, y el dolor el llanto como en Estuche de lágrimas, otra pequeña pieza, que inicia el espacio de la primera planta del Museo, y que continúa el sentido del que venimos hablando, pero en este caso se encuentra acentuada con un tono más fuertemente surreal, y unas evocaciones que nos remiten al mundo femenino, a la construcción sociocultural de la feminidad que nos ha sido asignada a las mujeres durante siglos y siglos, y que, a pesar de las transformaciones y revulsivos contemporáneos, todavía forma parte de las identidades múltiples de mujeres. Los contenedores y recipientes de ojos han sido sustituidos ahora por un estuche, una polvera de maquillaje que, abierta, recubierta de espejos, nos muestra la imagen vertical de un ojo llorando reflejado en los espejos. El llanto, de nuevo el dolor. Las lágrimas como expresión física de emociones y sentimientos. Unas lágrimas que durante mucho, mucho tiempo han sido vertidas, al menos en público, por las mujeres, pues como sabemos «los hombres no lloraban», o al menos ése era uno de los ingredientes integrantes de los comportamientos conductuales masculinos, comportamientos en transición o cambio, pero aún fuertemente connotados.

 

Los ojos también protagonistas en Cánulas de riego. Una obra de mayor envergadura física que enlaza el hall con la primera planta del edificio. Una instalación de pared que ha tenido muy diversas versiones para cada exhibición, compuesta de cánulas quirúrgicas de silicona y acetatos con impresión de ojos. Multitud de cánulas enmarañadas, colgando de la pared, y entre ellas numerosos y diferentes ojos. Como cánulas hospitalarias que llegan hasta nuestros cuerpos, penetrándolos, en épocas de enfermedad o convalecencias postoperatorias, y que son de las primeras cosas que vemos al abrir los ojos y centrar nuestras miradas.

 

Además un conjunto de obras situadas en la primera planta, Armario de los sentidos, Preludios de un jardín artificial, o la potente y poética instalación Signos: señales del silencio, que nos siguen hablando de los utensilios hospitalarios y fragmentos corporales. La primera de ellas, un armarito aséptico, metálico, blanco, abierto, nos muestra una serie de botes de plástico conteniendo en su interior diferentes cibatrans de fragmentos corporales alusivos a los cinco sentidos, siguiendo con la línea de trabajo clasificatoria o de catalogación, y de conservación de órganos humanos para un posterior uso, parecida en su sentido discursivo a una pequeñita pieza denominada Pinzas, ubicada en la primera zona expositiva, en la cual los envases contenedores de imágenes de órganos humanos han sido sustituidos por pinzas que las sostienen. Mientras que la segunda se centra en los propios objetos quirúrgicos e industriales, envases y luz sobre estantería de metacrilato eludiendo una visualización explícita corporal, pero siguiendo haciendo referencia a la enfermedad, la operación, el hospital, en una puesta en escena y evocación de algunos de los instrumentales y utensilios habituales de aquel lugar. Y en la tercera de las obras citadas al inicio del párrafo se alude fundamentalmente a la comunicación gestual de las manos, un lenguaje para sordomudos que la artista ha ampliado también para ciegos, al priorizar el sentido del tacto mediante una construcción de signos que necesitan ser transmitidos al otro tocándolo. Una potente y a la vez sutil y etérea instalación esta última, que nos ofrece colgando desde el techo del espacio, numerosos cibatrans traslúcidos con signos gestuales de manos, en tonos rojizos y marrones, que se balancean con el movimiento del aire que provoca el público al pasar a su lado, provocando un efecto cambiante, agudizado por el vaivén de sus sombras en la pared.

 

2. Otra serie de obras continúan ese paseo de lo físico a lo mental, deslizándose entre la realidad y la ficción, pero en un tiempo y en un espacio distintos, en un Stand by, o situación de espera. Partiendo de la posición de inmovilidad física, trabaja sobre la dolorosa espera, sobre los recuerdos fragmentados y amontonados, sobre la memoria que se ve velada, transformada y mezclada con otras imágenes que se producen en la imaginación, y que vienen a esa mente que se agita, y no para de moverse a un ritmo frenético, una vez producida, como la propia artista nos dice, «la sustitución de la realidad física por el mundo de la mente».

 

Dentro de este ámbito podemos observar sutiles, frágiles y poéticas obras transparentes, realizadas en cristal o resina: Apuntes en la oscuridad. Abril, una cabeza de cristal que incorpora en su interior una serie de palabras y frases escritas por la artista en distintos idiomas, en tinta sobre celofán, de la que penden, a modo de lámpara, colgantes de cristal con textos, y que aluden a ideas y pensamientos, a retazos de recuerdos, a trozos de memoria. La pieza Fragmentos, una cabeza de cristal rota en pedazos que incorporan frases escritas en tinta y a mano por la artista, en el mismo sentido anterior. O la denominada Sin título, dentro del mismo territorio de significados que las mencionadas, pero ahora presentando unas manos, las de la artista, realizadas en un molde de resina, que sostienen abiertas un conjunto de piedras transparentes con textos.

 

Son piezas, a las que se añaden otro grupo de obras que aluden a esa inmovilización, a un cuerpo en calma y en la misma posición durante semanas, a un encierro en uno mismo rodeado por un mundo que apenas se puede ver pero que está ahí, afuera. Son unos trabajos, en los que se retrata a sí misma, y que se mueven de forma enigmática entre la realidad y la imaginación, y entre la psiquis y el cuerpo, pero creando un estado de duda, de fuerte plurivalencia. Unas auto representaciones en las que la serenidad y la belleza se sitúan en la incertidumbre de una situación de reposo, de impasse, sin que tengamos la certeza de a qué es debido, qué es lo que va a producirse, en qué contexto se encuentra inmerso ese cuerpo o ese rostro femenino relajado, recostado en camillas, como ocurre en Autorretrato julio 2000 y en Autorretrato agosto 2000. Unos cibatrans en caja de luz con dos enigmáticos autorretratos de P. Navares, compuestos en sentido inverso, uno en posición normal, derecha, y el otro en invertida, como el anverso y el reverso de una misma moneda, el polo negativo y el positivo de un cableado eléctrico, la verdad y su negación en una relación dialéctica, ambos tan distintos y a la vez necesariamente complementarios. Unos misteriosos retratos que flotan como en un tránsito entre dos situaciones, entre dos temporalidades, como aquella en la que se encuentran los que están en coma, los que han experimentado ese camino por el túnel hacia la intensa luz del fondo, y ese salirse de sí mismo para verse desde afuera, y luego han retrocedido, han vuelto, o los que se han sometido a estados de trance, catarsis, o terapias psicoanalíticas liberadoras de estados subjetivos constreñidos.

 

Rostros femeninos relajados, y serenos, como en el tríptico Unidad 0, Unidad 1, Unidad 2, también cibatrans en cajas de luz. De nuevo ella, la propia artista, desnuda, sumergida en un relajante baño espumoso, pero ahora con los ojos vendados, no con unas gafas, o parches de reposo, sino con vendas terapéuticas, ¿curación o relax? ¿postoperatorio de una enfermedad, o de cirugía estética?. De nuevo las ambigüedades, la confluencia de diferentes significados y de evocaciones de situación. Siempre con un halo de serenidad que recubre una cara perfectamente maquillada, pero cuyo cuerpo se encuentra en esta ocasión, como en Preludio 1, Preludio 2, y Preludio 3, tres fotografías cibachrome sobre metacrilato, recubierto de ropas asépticas propias de los hospitales. Un cuerpo y un rostro, en tres posiciones, con los que vuelve a crearnos inquietud, y desasosiego -quizás sean unos de los fines del arte, romper las certezas, adentrarnos por los senderos del riesgo, explorar ignotos y abismales caminos-, sin saber si se encuentran en el interior de una cabina de un centro de estética o en una mesa de operaciones, esperando ser intervenidos quirúrgicamente, o sometidos a una sesión de relax. Un semblante y unas imágenes situadas en la ambigüedad, en una zona entre los límites del «más allá y el más acá», de la mente y el cuerpo, de la realidad y el sueño, de la vida y la muerte. Unos límites difuminados y/o superpuestos como la serie Sueño o memoria, un grupo de obras fotográficas en las que se conjugan imágenes procedentes de diversos ámbitos mentales, como el propio título indica. Fusión de imágenes de agua, playas, cielos, paisajes relajantes, tranquilos, como aquellos lugares para sus reposos hospitalarios. Trozos de memoria en blanco y negro, sobre las que se superponen textos y dibujos realizados a mano, con trazo rápido y gestual, a color desde la imaginación y el sueño.

 

3. Por último, la instalación Stand by, Rooms que da nombre a la exposición, integrada en una de las últimas líneas de trabajo e investigación de la artista. Aquélla que se sitúa en un proceso aún más acelerado de la actividad cerebral que lleva a una intensificación mental, y un alejamiento total de la realidad y sus parámetros físicos; a la acentuación de la imaginación que toda pérdida de memoria y de contacto con el mundo real produce. Un proceso que se acerca a los estados que la sociedad denomina de «locura», y al autismo. Pero también, y visto desde el polo extremo, un proceso de liberalización de la mente, sin límites, abriendo todo su potencial y sus capacidades sin constricciones.

 

Así, una serie de personajes se nos muestran cada uno aislado en un vídeo que visualizamos en sus correspondientes monitores, a un lado de un muro, en su parte oscura. Son personajes encerrados en unos espacios neutros, asépticos, y pequeños, que la artista denomina habitaciones en sus títulos, absolutamente aislados del exterior. Unos individuos que efectúan gestos repetitivos, o frías gesticulaciones, en el cruce de caminos entre la performance íntima, la danza minimalista, o la pura palpación de los estrechos límites del espacio que habitan y su absoluta soledad en él, donde únicamente pueden moverse. Personas abstraídas en un estado de supra-realidad, más allá de la lógica y la razón, y que a pesar de su total desconexión del mundo exterior, como una paradoja, son exhibidos a ese mundo, al público, en unos monitores ubicados en un muro a la altura de nuestros ojos. Unos monitores dispuestos a modo de cámaras de vigilancia y control, como las que se extienden de forma progresiva en nuestras sociedades, y de forma mucho más acelerada en el futuro inmediato, en esa línea ascendente del control por parte del Estado del movimiento de los individuos. También una vigilancia y control de esa “no razón” o locura, en una separación aséptica del mundo, en un segregacionismo de los denominados “enajenados”, por los que se siente miedo, rechazo y a la vez atracción. De ahí ese encierro, y a la vez exhibición, sometidos a nuestras miradas curiosas, objetos de nuestra no confesada atracción.

 

Mientras, al otro lado del muro, se nos muestra un luminoso espacio semioculto tras unas cortinas traslúcidas, que incorporan unas pequeñas transparencias centrales que invitan a mirar en su interior, del que emerge una enigmática e intensa luminosidad blanca, evidenciando que oculta algo en su interior. Un interior aséptico, fuertemente cargado por esa extraña energía de luz blanca, artificial, que rodea de forma envolvente una cabeza humana en cristal, sobre pedestal transparente, rellena de cables y diversas luces multicolores que vibran desde su interior, y que confrontan esos coloridos puntos luminosos, halos de vida, calidez de sensaciones y sentimientos, a la frialdad del cristal, como le ocurre a la razón pura, pero también a su fragilidad, como se caracteriza nuestra mente y todo nuestro ser.

 

Un espacio para y desde la artificialidad a la que vamos siendo empujados los seres humanos, incluidos nuestros propios cuerpos, alejándonos de ese antiguo estado de naturaleza y de la evolución y degeneración estrictamente biológica de antaño. Ahora con posibilidades de transformación y reconstrucción por los avances científicos y la tecnología de última generación aplicada a la medicina. Un artificio que se nos promete ideal, perfecto, bello y mucho más duradero -aunque cuando nos preguntamos por ejemplo para quién, desde qué modelos, con que finalidad, o a qué coste, se desmorona la seductora persuasión de la envolvente promesa y aparece en la superficie una multiplicidad de intereses ajenos ocultos- que se confronta a la biología natural heredada genéticamente, desarrollada y modificada por nuestros contextos y cuidados. Una confrontación que está suponiendo uno de los grandes debates de nuestra contemporaneidad, y sobre el que la artista incide, enunciando y constatando su existencia, y además aportando elementos de indagación que se sitúan habitualmente en la encrucijada de caminos, en un área difusa entre límites, en el territorio de la duda.

 

Pero también un espacio doble, por un lado oscuro, negro, por el otro luminoso, blanco. Como claros y oscuros son los intersticios de nuestras mentes. Como claros y oscuros son los tonos que designan nuestros comportamientos y actitudes. Como oscuro puede ser el final de un camino de aparente claridad o, por el contrario, encontrarse la luz más esclarecedora a través de la búsqueda en la oscuridad.